La semana que viene me toca de médicos que me van a quitar los tornillos y la placa que tengo en el húmero. A veces me preguntan qué me van a hacer los médicos y mi respuesta es que no tengo ni idea, creo que yo estaré dormido. Confío plenamente en los médicos y más en los cirujanos, por eso dejo que me duerman y urgen con alegría por mi interior. Mi aproximación al mundo de la medicina es poner alguna tirita, por eso reconozco su sabiduría, valía y seguro que buen hacer y no me meto a opinar si tienen que hacerlo de una manera u otra, seguro que quieren hacer lo mejor, lo mejor posible.
«Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No jurarás en falso» y «Cumplirás tus juramentos al Señor».
Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».
Sin duda alguna es importante cumplir el segundo mandamiento de la ley de Dios, pero no es un prohibir por prohibir. Al igual que yo reconozco la sabiduría y buen hacer de los médicos, el no poner a Dios por testigo de cualquier cosa para reafirmarme en mis asuntos, lo que hace es mostrar la grandeza y santidad de Dios. El cielo y la tierra son de Dios, Jerusalén es de Dios, yo mismo, de mi cabeza a mis pies, son de Dios. Él es el Señor de todo y por eso mis palabras también son de Dios y con un sí o un no, basta.
En el fondo toda mi vida debería ser testimonio de la absoluta grandeza de Dios, y mis palabras testifican lo que es mi vida. Jurar que, si te lo pide alguien con autoridad y con justicia se puede hacer, tendría que ser innecesario. Mi palabra refleja lo que mi vida es y no hace falta que reafirme que yo vivo siempre delante de la presencia de Dios y ante la Verdad sólo puedo vivir de la verdad.
Puede parecer algo menor, pero hay que enseñar a los niños a no mentir y los mayores a huir de la mentira en toda ocasión. Eso de las mentiras piadosas no existen. Vivir la sinceridad, la veracidad en toda ocasión, es reconocer la presencia de Dios, que sabe que somos de barro, pero lo viejo ha pasado y lo nuevo ha comenzado. Una cosa es que nos equivoquemos y otra querer hacer del error virtud.
Pidamos a María en este sábado que nos ayude a ser cada día más sinceros, con un sí o un no, nos basta.
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